Nos dicen que el tiempo pascual es tiempo para el regocijo y el júbilo, para la sonrisa y el canto, para la dicha profunda y la esperanza inagotable. Pero nuestra vida no es hoy muy distinta a la que teníamos hace unas semanas, cuando se nos invitaba a la conversión y a la sobriedad… ¿O sí lo es? ¿Qué es lo que ha cambiado? ¿Qué es lo diferente? Ciertamente, no mi trabajo ni mis amigos; no mis rutinas ni mis miedos; no mis defectos ni mis virtudes; y posiblemente tampoco han cambiado demasiado mis estados de ánimo. Entonces, ¿qué puede hacerme dichoso hoy?

"El primer día de la semana, muy de mañana, fueron al sepulcro llevando los aromas que habían preparado. Pero encontraron que la piedra había sido retirada del sepulcro, y entraron, pero no hallaron el cuerpo del Señor Jesús. No sabían que pensar de esto, cuando se presentaron ante ellas dos hombres con vestidos resplandecientes. Como ellas temiesen e inclinasen el rostro a tierra, les dijeron: "¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo? No está aquí, ha resucitado."
(Lc 24, 1-6)

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