En tiempos de Jesús la mujer tenía un papel secundario en la sociedad y en todo caso subordinado al hombre. Y esto es algo que sigue existiendo de una u otra forma aún hoy en día. En muchas ocasiones las diferencias entre mujeres y hombres se convierten en desigualdades. Quizá no es sólo algo de otras culturas y sin darme cuenta a lo mejor yo también participo de ello y me alejo de lo auténticamente cristiano entendido como proyecto fraterno de hermanos y hermanas en un recorrido de fe en el que nos ayudamos unos y otras a caminar. María y otras mujeres del evangelio pueden ayudarnos hoy a enfrentar y sobreponernos a todas esas situaciones injustas que sufren tantas mujeres.

El sexto mes envió Dios al ángel Gabriel a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen prometida a un hombre llamado José, de la familia de David; la virgen se llamaba María. Entró el ángel a donde estaba ella y le dijo: ---Alégrate, favorecida, el Señor está contigo. Al oírlo, ella se turbó y discurría qué clase de saludo era aquél. El ángel le dijo: -No temas, María, que gozas del favor de Dios. Mira, concebirás y darás a luz un hijo, a quien llamarás Jesús. Será grande, llevará el título de Hijo del Altísimo; el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, para que reine sobre la Casa de Jacob por siempre y su reinado no tenga fin. María respondió al ángel: -¿Cómo sucederá eso si no convivo con un varón? El ángel le respondió: -El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te hará sombra; por eso, el consagrado que nazca llevará el título de Hijo de Dios. Mira, también tu pariente Isabel ha concebido en su vejez, y la que se consideraba estéril está ya de seis meses. Pues nada es imposible para Dios. Respondió María: ---Aquí tienes a la esclava del Señor: que se cumpla en mí tu palabra. El ángel la dejó y se fue. (Lucas 1, 26-37)


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