El corazón es el motor de todo, sin el corazón no se vive, no se siente... Muchas veces hemos usado expresiones como “te quiero de corazón”, “con el corazón en la mano”, “me ha tocado el corazón”, “te quiero con todo mi corazón”... y es que María pone todo su ser, su memoria, su emoción, su entendimiento, su poseer, su intuición, su sabiduría, su sencillez y su inteligencia. Con gran ternura, desde que su hijo acababa de nacer y hasta el último momento, guardaba dentro de sí lo fundamental.


Por las fiestas de Pascua iban sus padres todos los años a Jerusalén. Cuando cumplió doce años, subieron a la fiesta según costumbre. Al terminar ésta, mientras ellos se volvían, el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin que sus padres lo supieran. Pensando que iba en la caravana, hicieron un día de camino y se pusieron a buscarlo entre los parientes y los conocidos. Al no encontrarlo, regresaron a buscarlo a Jerusalén. Al cabo de tres días lo encontraron en el templo, sentado en medio de los doctores de la ley, escuchándoles y haciéndoles preguntas. Y todos los que lo oían estaban atónitos ante su inteligencia y sus respuestas. Al verlo, se quedaron desconcertados, y su madre le dijo: Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Mira que tu padre y yo te buscábamos angustiados. Él replicó: -¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debo estar en la casa de mi Padre? Ellos no entendieron lo que les dijo. Regresó con ellos, fue a Nazaret y siguió bajo su autoridad. Su madre guardaba todas estas cosas en su corazón. (Jn. 2, 42-51).