¡Qué fácil es manipular a Dios! Poner mis deseos y apetencias en su boca, o convertir en voluntad de Dios lo que simplemente es voluntad mía.

Son muchos los que a lo largo de la historia, y hoy en día, se aprovechan del nombre de Dios para mantener sus privilegios e imponer sus interpretaciones del mundo. Muchos los que utilizan el nombre de Dios para enfrentar a los seres humanos entre sí o para marginar.

Puedo dedicar un tiempo a reflexionar si yo también manipulo algunas veces a Dios. A mi nivel, en pequeñas cosas, en los compromisos de todos los días, en la lectura que hago de las noticias, del mundo y de la realidad. Si esa manera de mirar el mundo me acerca o me aleja de mis hermanos. ¿Paso mis ideas, opiniones y deseos por el filtro del evangelio? ¿O intento interpretar el evangelio de la forma que más le conviene a mis intereses?

No creo en un Dios que manda a matar a los otros por demostrar la auténtica fe o para rescatar lugares santos o que ahora decide destruir antiguas esculturas de otras religiones para preservar la pureza de una tradición.
No creo en un Dios que te dice que solo está en una religión o que lo encuentran exclusivamente en un santo lugar.
No creo en un Dios que declara “guerra santa” y hace llamar infieles a los que no lo adoran como supuestamente él quiere. No creo tampoco en un Dios que manda a los negros ir a un templo y a los blancos a otro, ni tampoco en un Dios que se “siente mejor” en la iglesia lujosa e incómodo en la ermita.

Creo en un Dios que nos prepara una morada celestial y que nos tendrá con Él para siempre. Creo en un Dios que nos invita a seguir nuestra religión y ser fieles a nuestra fe pero sin despreciar la de otros. Creo en un Dios que quiere que conozcamos y amemos a su Hijo Jesucristo y que lo adoremos en la Palabra y Sacramentos, en nosotros, en los demás, sobre todo en los pobres, y cuyo Espíritu está presente en todas las culturas y en la naturaleza. 


Mons. Rómulo Emiliani, cmf 
Obispo Auxiliar de San Pedro Sula