Más allá de un sentimiento por una persona determinada, estar enamorado puede llegar a ser un estilo de vida; una forma de responder a las llamadas, los retos, las aspiraciones que la vida va poniendo por delante. Un vivir poniendo al amor como algo prioritario.



Puede resultar difícil ir navegando por la vida entre los océanos del corformismo, la comodidad y el egoísmo; los mares del reconocimiento público, la envidia, la ofensa; entre las aguas bravas de la rutina, el hastío, la soledad...; una singladura en el que puedo ceder parte de lo mío, de lo que soy; el arriesgar parte, o todo en aguas desconocidas. Sin embargo, en la brújula, siempre el amor.

«El amor es paciente, es amable, no es envidioso ni fanfarrón, no es orgulloso ni destemplado, no busca su interés, no se irrita, no apunta las ofensas, no se alegra de la injusticia, se alegra de la verdad. Todo lo aguanta, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta» (1Cor. 13, 4-7).

Quizás puedo preguntarme ¿cómo soy de enamorado en la vida? ¿Qué/quién/quienes me apasionan? ¿Cómo voy viviendo las pequeñas o grandes opciones de mi vida?, ¿las vivo desde el amor? También puedo descubrir el amor que va apareciendo en mi vida, entretejido en lo cotidiano, o que me va empujando en situaciones concretas.

Envíanos locos

¡Oh, Dios! Envíanos locos,
de los que se comprometen a fondo,
de los que se olvidan de sí mismos,
de los que aman
con algo más que con palabras,
de los que entregan
su vida de verdad y hasta el fin.
Danos locos,
chiflados,
apasionados,
hombres capaces
de dar el salto hacia la inseguridad,
hacia la incertidumbre
sorprendente de la pobreza;
danos locos,
que acepten diluirse en la masa
sin pretensiones de erigirse un escabel,
que no utilicen
su superioridad en su provecho.
Danos locos,
locos del presente,
enamorados de una forma de vida sencilla,
liberadores eficientes del proletariado,
amantes de la paz,
puros de conciencia,
resueltos a nunca traicionar,
capaces de aceptar cualquier tarea,
de acudir donde sea,
libres y obedientes,
espontáneos y tenaces,
dulces y fuertes.

Danos locos, Señor, danos locos.

Louis Joseph Lebret