Posiblemente sea el miedo la emoción más fuerte que los seres humanos experimentamos. No hace falta explicarle a nadie qué es ni qué se siente. Por supuesto, es sano y razonable tener miedo; lo contrario nos convertiría en un peligro, pero no podemos dejar que el miedo sea quien domine nuestra vida. Y no podemos dejar que nos domine porque aunque nos avise del peligro y nos incite a actuar, lo suele hacer de forma precipitada y con una percepción distorsionada de la realidad, en la que predomina la amenaza.

Para nosotros como creyentes el miedo muchas veces surge al estar alejados de Jesús. Nos hace vivir la vida con estrechez de miras, sin arriesgar, encerrados en nosotros mismos. Más pendientes de lo que nos puede hacer daño que de lo que hay de oportunidad en la vida. La confianza en Jesús, el saber que Dios tiene la última palabra en nuestras vidas, nos hace vivir la vida abiertos a los otros, dispuestos a arriesgar por el Reino.

Por tanto no les tengáis miedo. No hay nada encubierto que no se descubra, ni escondido que no se divulgue. Lo que os digo de noche decidlo en pleno día; lo que escucháis al oído pregonadlo desde las azoteas. No temáis a los que matan el cuerpo y no pueden matar el alma; temed más bien al que puede acabar con cuerpo y alma en el fuego. ¿No se venden dos gorriones por pocas monedas? Sin embargo ni uno de ellos cae a tierra sin permiso de vuestro Padre. En cuanto a vosotros, hasta los pelos de vuestra cabeza están contados. Por tanto, no les tengáis miedo, que vosotros valéis más que muchos gorriones. Al que me reconozca ante la gente yo lo reconoceré ante mi Padre del cielo. Pero al que me niegue ante la gente, yo también lo negaré ante mi Padre del cielo.(Mateo, 10, 26-33)




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