Dicen que vivimos tiempos de crisis. De la crisis económica oímos noticias todos los días, pero hay quien además nos habla de la crisis moral que afecta a nuestra sociedad como causa última de aquella otra. Hablamos de crisis política y de nuestros políticos, o incluso en la Iglesia a menudo nos lamentamos de la crisis de vocaciones. Pero también a nivel personal todos vamos pasando por nuestras pequeñas y grandes crisis: en la adolescencia, la de los 40, la ruptura de una relación...

También nuestra fe y nuestra oración pasa por sus crisis. Por momentos de no sentir nada o no entender nada. Momentos de dudas donde ninguna respuesta satisface nuestras preguntas. Temporadas en las que me pregunto si no seré yo el que se inventa todo esto a base de darle vueltas a la cabeza. Tiempos en que sentimos que no hay nadie escuchando nuestra oración.

Afrontar las crisis no es fácil, pero si algo tenemos que evitar a toda costa es que nos arrastre. Contra estas experiencias, San Ignacio de Loyola lo que nos propone es hacerlas frente:
  • Siendo más constantes en la oración. Y no es fácil cuando uno se siente perdido.
  • Poner nuestra esperanza en los sentimientos ciertos que teníamos cuando las cosas nos iban bien y sentíamos cerca a Dios.
  • Trabajar nuestra paciencia y confianza. En la oración y en la fe las cosas no vienen cuando yo quiero, cuando a mí me apetece o cuando siento que me las merezco.
  • No intentar afrontar solos todo esto. Dejarnos ayudar y acompañar por los que caminan con nosotros o por delante nuestro y fiarnos de su experiencia
Una buena oración para estos momentos es la que aquí os dejamos (también en versión cantada) y que San Ignacio rezaba habitualmente. Una oración que refleja ese deseo de intimidad con Jesús, sabiendo que de él viene todo aquello que necesito en esos momentos.


Alma de Cristo, santifícame.
Cuerpo de Cristo, sálvame.
Sangre de Cristo, embriágame.
Agua del costado de Cristo, lávame.
Pasión de Cristo, confórtame.
¡Oh, buen Jesús!, óyeme.
Dentro de tus llagas, escóndeme.
No permitas que me aparte de Ti.
Del maligno enemigo, defiéndeme.
En la hora de mi muerte, llámame.
Y mándame ir a Ti.
Para que con tus santos te alabe.
Por los siglos de los siglos. Amén.