No resulta fácil en el ritmo diario dedicar tiempo a la oración. Encontrar el espacio y el momento para ponerme delante de Dios. Las tareas urgentes y las cotidianas van ocupando mi día y parece que nunca tengo un tiempo tranquilo para escuchar a Dios en medio de mi vida. Y cuando lo encuentro, a menudo acaba invadido de distracciones y tareas que he dejado pendientes. Otras veces la dificultad viene de mis dudas sobre cómo acercarme a Ti, cómo hablar contigo, cómo rezar, cómo saber cuándo me estás hablando...
Pero el deseo siempre es más fuerte que todas esas dificultades y aquí estoy de nuevo ante Ti. Para continuar juntos este camino de la vida. Para hacer consciente que siempre estás junto a mí. Cuando te siento cerca y también cuando me pasas más desapercibido.
Aquel mismo día, dos de los discípulos se dirigían a una aldea llamada Emaús, que dista de Jerusalén unos once kilómetros. Iban hablando de todos estos sucesos. Mientras hablaban y se hacían preguntas, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos. Pero sus ojos estaban ofuscados y no eran capaces de reconocerlo. (Lc 24, 13-16)
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