Quien haya tenido un niño recién nacido en sus brazos sabe de la sensación de fragilidad que transmite. Nada puede hacer por sí mismo. Durante varios años depende de sus padres para comer, para vestirse, para limpiarse y para atender cualquier necesidad.

Así, con esa fragilidad y dependencia vino Dios a nuestro mundo. Puso su proyecto de salvación en las manos de unos padres primerizos. No exigió garantías ni seguridades. No se rodeó de los mejores médicos ni de las mayores comodidades. Se adentró en el mundo fiándose de una mujer y un hombre como tantos otros.

Hoy, cuando celebramos y recordamos el nacimiento de Jesús, podemos poner también junto al pesebre a tantas mujeres y hombres de nuestro mundo que viven esa fragilidad en sus vidas. Porque necesitan de alguien que les de alimento, que les cuide en su convalecencia, que les haga compañía o que les proporcione un techo bajo el que dormir. Y podemos caer en la cuenta de la confianza que pone Dios en nosotros para cuidar de ellos. Desde nuestra limitación y desde nuestros miedos, pero llamados como José y María a cuidar de ese Dios frágil que sigue estando presente en medio de nosotros.

"Os aseguro que cuando lo hicisteis con uno de estos mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis" (Mt 25, 40)

Desde el Taller de oración aprovechamos para desearos una Feliz Navidad con el corazón lleno de alegría porque Dios ha venido al mundo a estar con nosotros.