Cuando me acerco a la oración busco encontrarme con Dios, escucharle con atención e intentar descubrirle en mi vida. Pero muchas veces lo hago con la misma impaciencia con la que consumo actividades en mi vida. Con el tiempo controlado, y buscando resultados inmediatos. Por eso, cada vez que vengo a la oración tengo que recordarme lo importante que es saborear este tiempo. Dejar que la Palabra me vaya calando poco a poco en el corazón. Simplemente disponer mi corazón para que Dios pueda entrar en Él a su ritmo. Que en lugar de consumir palabras o reflexiones consiga “sentir y gustar internamente” aquello que Dios está intentando transmitirme.
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