Dios está y nos escucha siempre, pero su ritmo es diferente, es diferente para cada uno de nosotros, y está lleno de infinita paciencia. Nos acompaña en nuestra vida silenciosamente, sin que apenas nos demos cuenta. Nos espera siempre.
Podemos intentar ir al paso de Dios. Él presta atención a nuestro paso, y va en nuestra misma dirección. Es como cuando paseas con un amigo. Caminar juntos implica a veces desacelerar mi ritmo, otras veces dejar que sea él quien tire, o dejarme orientar, y en ocasiones disfrutad del caminar acompasado de los dos. Y en todo el trayecto saborear el camino y la compañía. Si confiamos en Dios sus pasos harán que el Reino de frutos.
“Aquel mismo día, dos de ellos iban a una aldea llamada Emaús, distante a unas dos leguas de Jerusalén. Iban comentando todo lo sucedido. Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona los alcanzó y se puso a caminar con ellos. Pero ellos tenían los ojos incapacitados para reconocerlo” Lc. 24, 13.
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