En mi vida diaria las situaciones personales que pueden molestarme son numerosas. Hay quien me perjudica sin propósito y hay quien, por lo menos en apariencia, me hace daño interesadamente. Los hombres somos pecadores, pero Dios lo sabe y aún así nos quiere y nos da la posibilidad de reconciliarnos.
El rencor, el dolor, el odio, el orgullo herido, me CIERRA y me coloca en un estado emocional de amargura y tristeza, como en una cárcel custodiada por “verdugos”.
Perdonar, reconciliar, acercar posturas, me ABRE, me sitúa al lado del hermano, me aproxima a Dios, me hace más “santo” y me permite construir el Reino.


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