Si pensamos en una taza y queremos llenarla es evidente que para ello tiene que estar vacía. En nuestra relación con los demás estamos llenos de nuestros problemas, preocupaciones, o incluso diversiones… es imposible que acojamos a los otros porque cuando nos hablan no tenemos espacio libre, estamos llenos de nosotros mismos. Seguro que todos nosotros hemos experimentado alguna vez el gozo de encontrarnos con personas que nos escuchan, nos acogen y nos dan confianza. Sin apenas darnos cuenta nos comunicamos. ¡¡Qué poco abundan y que felices nos hacen!! Son personas con la taza vacía. Como María, siempre dispuesta a acoger, para llenarse de Dios y de los demás. En María descubrimos como debe ser la comunicación con Dios.
En aquellos días, se levantó María y se fue con prontitud a la región montañosa, a una ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Y sucedió que, en cuanto oyó Isabel el saludo de María, salto de gozo, el niño en su seno, e Isabel quedó llena de Espíritu Santo; y exclamando con gran voz, dijo: "Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno; y ¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí? Porque, apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño de mi seno. ¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!" (Lc 1, 39-45)
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