La oración supone encontrarnos con Dios que está en lo más íntimo de nosotros mismos. Pero ese encuentro íntimo nunca es algo que nos encierra. Al contrario, si la oración no me lleva a salir de mí mismo se quedaría en algo vacío. Dios siempre me invita a mirar al mundo y a mis hermanos. Porque desde el mundo tiene una palabra para mí, y porque la palabra que me dirige es para ser vivida y proclamada en el mundo. Por eso hoy queremos traer a la oración a tantos hermanos nuestros que mueren de hambre. Para escuchar a Dios a través de la injusticia que sufren. Para que Dios nos ilumine la mejor manera de estar junto a ellos.
Pero un samaritano, que iba de viaje, llegó a donde estaba el hombre y, al verlo, se compadeció; se acercó a él y le vendó las heridas, echándoles aceite y vino; luego lo montó en su propia cabalgadura, lo llevó a una posada y lo cuidó. Al día siguiente sacó dos denarios y dándoselos al posadero, le dijo: «Cuida de él, y lo que gastes de más te lo pagaré a la vuelta».
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