Cada uno de nosotros posiblemente tenga su propia manera de acercarse a Dios. Muchas veces nos es difícil percibir su Presencia. Y no es que El nos ha haya abandonado, que seguro que no, sino más probablemente que nosotros no estemos mirando adecuadamente, no estemos percibiendo las cosas, el mundo, a los demás… desde esa perspectiva especial que traspasa lo aparente y nos lleva a las raíz de las cosas, de las personas… A Dios lo podemos percibir en la naturaleza, a través de las maravillas creadas por El: el agua, el sol, los bosques, las montañas, el mar, los animales, el hombre…Todo ello nos habla de Dios, de su generosidad… Pero no es solo que Dios sea creador y habite en su cielo, lejos de nosotros. Dios habita en el mundo o mejor dicho, el mundo entero está habitado por Dios, facilitando así nuestro encuentro con El.

Al recorrer su ciudad y contemplar sus monumentos sagrados, he encontrado un altar en que está escrito: AL DIOS DESCONOCIDO. Pues bien, al que veneráis sin conocerlo yo os lo anuncio. Es el Dios que hizo el cielo y la tierra y todo cuanto contienen. El que es Señor del cielo y de la tierra no habita en templos construidos por hombres; tampoco tiene necesidad de que los hombres lo sirvan, pues El da a todos la vida, la respiración y todo lo demás. El creó de un solo hombre toda la humanidad para que habitara en toda la tierra, fijando a cada pueblo dónde y cuándo tenían que habitar, con el fin de que buscaran a Dios, a ver si, aunque sea a tientas, lo podían encontrar; y es que en realidad no está lejos de cada uno de nosotros, ya que en él vivimos, y nos movemos y existimos. (Hch 17, 23-29)

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