Como decíamos el Miércoles de Ceniza, la Cuaresma es tiempo de conversión. Una conversión que nos cambia interiormente para acercarnos más a Dios y a lo que El sueña para nuestra vida. Y la conversión es necesaria porque sabemos que en nuestra vida hay muchas cosas que nos alejan de ese proyecto de Dios. A veces son pequeñas decisiones y otras veces son historias o actitudes que llevamos enquistadas en el corazón y que no nos dejan ver lo que realmente podría ser nuestra vida.
Por eso, los tres próximos miércoles vamos fijarnos en nuestra oración en los personajes de la parábola del hijo pródigo. Para intentar entender lo que pasa en nuestra vida cuando dejamos que nuestros intereses tapen el sueño de Dios. Y sobre todo para intentar entender ese abrazo del Padre que siempre está esperando a que sus hijos vuelvan a casa

Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió profundamente, corrió a su encuentro, lo abrazó y lo besó. (Lc 15, 20)



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