El hermano mayor es el hijo aparentemente bueno y no-necesitado de conversión. Muchas veces nos podemos sentir como él: no alejados de Dios, cumplidores, seguros en la casa del padre. Pero si somos honestos, todos podemos hallar suficientes pruebas en nuestra vida y en nuestro corazón para reconocernos muy imperfectos, pecadores, necesitados y perdidos. Comprobamos que nuestra vida de relación con el Padre es, a veces, pobre; no disfrutamos de sus riquezas; interpretamos mal su amor.
La costumbre quizá, no nos deja reconocer lo mucho que he recibido de Dios ni el amor siempre fiel y constante del Padre.
Pero él le dijo: "Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo; pero convenía celebrar una fiesta y alegrarse, porque este hermano tuyo estaba muerto, y ha vuelto a la vida; estaba perdido, y ha sido hallado." (Lucas, 15, 31-32)
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