Dicen que comprender la propia historia es clave en el proceso de maduración personal y de obtención de la felicidad. Saber entender por qué me han pasado los acontecimientos de mi historia, qué sentido tienen y cómo me pueden influir positiva o negativamente en mi futuro es, sin duda, un anhelo profundo que todo ser humano tiene. Los creyentes necesitamos, además, hacer esta relectura desde una clave de fe: consultamos con nuestro Padre y consejero -Dios- qué significan nuestras alegrías y nuestros sufrimientos. Pero creo que este proceso de comprender la propia historia NO ES, simplemente "cuestión de tiempo". No se trata sólo de que el mero trascurso de los días te haga encajar los golpes y apaciguar los gozos, aunque es cierto que influye en cierta manera. Yo creo que la clave está en cómo es ese tiempo; si no sólo son horas, sino si están llenas de reflexión, de maduración, de relacionar hechos aparentemente dispares,... en definitiva, si dejo que sea Dios quien re-interprete mi propia historia. Para esto necesito hacer esa reflexión en un tiempo tranquilo y con una actitud de oración. 
(Cita: Todos nosotros nos equivocamos al apuntar hacia nuestros sueños de perfección. Así que valorémonos, mejor, sobre la base de nuestros esplén-
didos fallos, y así lograremos lo imposible" William Faulkner)
Al fin y al cabo, Dios es mi "criador" -decía san Ignacio- es decir, quien me creó (me dio la vida), pero también quien me cría (me mantiene la vida, me acompaña por el camino, no me dejó tirado el primer día de mi existencia). 
Según la simbología medieval, se consideraba a Dios como el gran Arquitecto de todo. Y esta acepción, quizá en desuso actualmente, nos ayuda a entender que Dios sí sabe todo lo que nos ha pasado, nos está pasando y nos pasará. Y lo mejor de todo es que Él reordena todo esto siguiendo un plan maravilloso sobre nuestras vidas, un Proyecto llamado a sacar lo mejor de nosotros mismos. De este modo podremos hacer una lectura creyente de la propia vida, donde dar gracias incluso por las cosas que antes nos parecían negativas:


Si para recobrar lo recobrado
debí perder primero lo perdido, 
si para conseguir lo conseguido
tuve que soportar lo soportado, 

si para estar ahora enamorado
fue menester haber estado herido, 
tengo por bien sufrido lo sufrido, 
tengo por bien llorado lo llorado. 

Porque después de todo he comprobado
que no se goza bien de lo gozado
sino después de haberlo padecido. 

Porque después de todo he comprendido
que lo que el árbol tiene de florido
vive de lo que tiene sepultado.
(Francisco Luis Bernárdez)