Creemos en un Dios encarnado, un Dios hecho hombre que vivió entre nosotros. Que para llegar hasta nosotros, para que le conociéramos plenamente, se hizo comprensible a nuestro entendimiento. Pudimos así conocer al Padre, pues conocimos a su hijo. Un hijo que hizo todo lo posible para hablarnos de Dios: usó su palabra, gestos, milagros, una forma de vida. Usó unas palabras para los maestros de la ley y parábolas para que le entendieran los sencillos.
Nosotros vivimos en medio de una cultura que tiene sus propios lenguajes, su manera de interpretar al hombre y al mundo. Y ahí es donde queremos ser testigos del evangelio. Donde queremos hacer visible a Dios. ¿Es eso posible? ¿Podremos hacer a Dios comprensible en nuestra cultura?¿Puede llegar el evangelio hoy a quienes lo necesitan o hay un muro de incomprensión que separa mundos diferentes que no tienen nada que decirse?

Corresponde a la Iglesia el deber permanente de escrutar a fondo los signos de los tiempos e interpretarlos a la luz del Evangelio, de forma que (…) pueda responder a los perennes interrogantes de los hombres sobre el sentido de la vida presente y futura y sobre la relación mutua entre ambas. Es necesario, por tanto, conocer y comprender el mundo en el que vivimos, sus expectativas, sus aspiraciones y su índole muchas veces dramática. (Gaudium et Spes 4)



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