Cuando San Ignacio de Loyola propone al que realiza los Ejercicios Espirituales que contemple el amor que Dios ha puesto en su vida y en la creación, lo primero que le recuerda es que "el amor ha de ponerse más en las obras que en las palabras". Porque no busca que el ejercitante se quede contemplando el mucho amor recibido y lo guarde como un tesoro privado. El amor debe ser un camino de ida y vuelta, en el que el amor recibido me transforma y me convierte en amor entregado. Por eso, un amor sin obras siempre queda cojo.

Por eso no resulta nada difícil darse cuenta de qué personas son ejemplo o testimonio para nosotros. Aquellas en las que contemplamos una manera de ser y de actuar que nos atrae. Quienes por su manera de comportarse, de entregarse, de acercarse a los otros nos hacen desear cambiar nuestra manera de ser... Son esos testimonios los que realmente nos movilizan el corazón y hacen visible y cercano el amor.


En esto un doctor de la ley se levantó y, para ponerlo a prueba, le preguntó: Maestro, ¿qué debo hacer para heredar la vida eterna? Jesús le contestó: ¿Qué está escrito en la ley? ¿Qué es lo que lees? Respondió: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas, con toda tu mente, y al PROJIMO como a ti mismo. Entonces le dijo: Has respondido correctamente: obra así y vivirás. (Lc 10,27)

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