La oración va mucho más allá de mis sentimientos y mi vida interior. Una oración que me encierra sobre mí mismo, que sólo busca mi paz interior o beneficios para mí, no puede dejarme satisfecho. La oración me abre a Dios y a escuchar su palabra concreta para mi vida. Y esta palabra siempre me devuelve al mundo. Lugar de encuentro con Dios a través de la creación y de mis hermanos.
Los frutos de la oración van mucho más allá de mi persona. Involucran de lleno el proyecto de construcción del Reino. La oración me lanza a ser testigo en el mundo de aquello que he recibido en lo escondido de mi relación con Dios. A compartir con otros el Dios que he conocido. A transformar el mundo al estilo de Dios.
 
Vosotros sois la sal de la tierra; pero si la sal se desvirtúa ¿con qué se salará?. Para nada vale ya, sino para tirarla fuera y que la pisen los hombres. Vosotros sois la luz del mundo. No puede ocultarse una ciudad situada en la cima de un monte. Tampoco se enciende una lámpara para taparla con una vasija de barro; sino que se pone en el candelero, para que alumbre a todos los que están en la casa. Brille de tal modo vuestra luz delante de los hombres que, al ver vuestras buenas obras, den gloria a vuestro Padre que está en los cielos. (Mt 5, 13-16)



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