“¿Y
quién es mi prójimo?”. La parábola del buen samaritano es la forma que Jesús tiene de contestar a esta pregunta. Una parábola que vuelve al corazón de cada uno de nosotros y que me
impide quedarme indiferente ante las realidades de sufrimiento que percibo a mi alrededor. Una parábola de contrastes entre los que pasan de largo y quien permanece junto al herido. Un sencillo ejemplo que todos entendemos y con el que no hace falta ser un experto en teología para saber lo que Jesús espera de cada uno.
Un samaritano que iba de camino llegó adonde estaba, lo vio y se compadeció. Le echó aceite y vino en las heridas y se las vendó. Después, montándolo en su cabalgadura, lo condujo a una posada y lo cuidó. Al día siguiente sacó dos denarios, se los dio al posadero y le encargó: Cuida de él, y lo que gastes de más te lo pagaré a la vuelta. (Lc. 10, 33-35).
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