Las palabras contenidas en sus cartas han ido más allá de las comunidades que él mismo fundó y que se preocupó en alentar: Éfeso, Roma, Corinto…. En ellas le reconocemos a veces tierno, a veces severo, siempre libre. Podemos identificarnos con su humanidad pues se nos muestra débil y limitado, a veces imperfecto, sufre, padece la enfermedad, la incomprensión de los suyos, persecuciones, es maltratado… pero su sabiduría y confianza en Jesucristo, su brillo, han traspasado los límites temporales. Cuando escuchamos sus palabras podemos sentir que se dirige también a nuestras comunidades, a nuestros grupos, a nosotros mismos…
“…Vosotros sois mi carta escrita en vuestros corazones, carta abierta y leída por todo el mundo. Se os nota que sois carta de Cristo y que fui yo el amanuense; no está escrita con tinta sino con Espíritu de Dios vivo. No en tablas de piedra sino en tablas de carne, en el corazón. Esta es la clase de confianza que sentimos ante Dios gracias al Mesías. No es que de por sí uno tenga aptitudes para poder apuntarse algo como propio. La aptitud nos la ha dado Dios, fue Él que nos hizo aptos para el servicio de una nueva alianza no de un código sino de espíritu porque el código da muerte mientras el espíritu da vida.” (2 Cor. 3, 2-6).
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