La vivencia de la cruz y muerte de Jesús provoca una gran
tristeza y desamparo. Los apóstoles vivieron estos sentimientos en primera
persona y se quedaron paralizados, con dudas y desesperanza. Pero tras la
Resurrección, las apariciones de Jesús facilitaron el encuentro personal, y fue
gracias a esos encuentros cuando se fue transformando el interior de los
apóstoles para ver las cosas de forma distinta, para dejar el miedo y alcanzar
el valor. La presencia de Jesús resucitado les iluminó para comprender el
sentido de lo ocurrido y, sobre todo, les consoló con serena alegría.
Al atardecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos con las puertas bien cerradas, por miedo a los judíos. Llegó Jesús, se colocó en medio y les dice: Paz con vosotros. Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron al ver al Señor. (Jn. 20, 19-20).
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