Fue la gente sencilla, la que vio la luz; fue la gente sencilla la que estaba dispuesta a acoger el don de Dios. No la vieron los soberbios, los arrogantes, los que todo lo saben, los que dictan las leyes según sus propios criterios personales, los que mantienen actitudes de cerrazón. Hagamos un rato de silencio en nuestro corazón para poder oír la voz del Amor, que quiere nacer en nuestra casa, en nuestra ciudad, en nuestro mundo.
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