Cuando me pongo delante del Señor me gustaría poder ofrecerle algo a la altura de lo que Jesús predicaba: amor incondicional por mi prójimo, coherencia en mi vida, estar más atento de los pobres, desocupar mi corazón de lo que me aleja de él... Me puede la impaciencia de ver lo poco que avanzo en mi vida de fe, de ver que siempre caigo en los mismos errores, que todavía tengo tantas preguntas sin respuesta. Pero ni los primeros discípulos se libraron de las dificultades que tenemos como hombres para seguir a Jesús y abrir totalmente el corazón a Dios. Nuestra fe es un camino en el que encontramos momentos fáciles y difíciles, dudas y certezas, en el que tropezamos y nos volvemos a levantar. Quizá mirar a Pedro pueda ayudarnos para rezar sobre nuestra vida y las dificultades que encontramos en nuestra vida de fe.
Por tercera vez insistió Jesús: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas?”. Pedro se entristeció porque Jesús le había preguntado por tercera vez si lo amaba, y le respondió: “Señor tú lo sabes todo. Tú sabes que te amo”. Entonces Jesús le dijo: “Apacienta mis ovejas”. (Jn 21, 17)
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